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Imagen tomada de http://3.bp.blogspot.com/ |
La objetividad no existe; o al menos, se confunde con la veracidad, el rigor y la contextualización necesarios para que el periodista cuente o interprete los hechos. Estos son principios y habilidades que mejoran con el entrenamiento permanente de los sentidos.
Cuando se pretende analizar la objetividad como un principio periodístico, se debe partir de la subjetividad propia de la naturaleza humana. El periodista no es neutral ni debe serlo; pues, no es una máquina que procesa información bajo las órdenes de alguien que toma las decisiones. Hay aspectos ideológicos, axiológicos y culturales propios de los seres humanos racionales, que hacen que la información se someta a la persona que la produce, la transmite o la recibe. El sujeto decide sobre los objetos.
Por esto, es importante el manejo profesional del periodismo, que se logra con capacitación y entrenamiento constantes. Los periodistas deben, en primer lugar, tener muy claras las diferencias que hay entre informar, interpretar y opinar: cuáles son los alcances, los límites y las consecuencias de estas acciones.
Luka Branjovic decía que la absoluta objetividad se demuestra: “Cuando la información parte de un conocimiento exacto y cierto, de una reflexión consciente y de una rectitud intachable de intenciones". En la práctica, esta sentencia tiene muchas contradicciones.
Cuando un periodista quiere informar sobre un hecho, debe hacer un ejercicio de empatía, despojándose de sus prejuicios para acudir al encuentro del otro. Pero aún así, la objetividad no es posible. Rubén Darío Restrepo recuerda que: “El mismo hecho, observado por distintos periodistas, recibe tratamientos y versiones diferentes y, además, en las sucesivas ediciones de un periódico o en las emisiones de un noticiero, tiene que ser complementado, corregido, aclarado o rectificado, hasta el punto de que el periodista llega a contemplar las suyas como verdades provisionales. Un periódico de hoy sería una fuente de argumentos para los escépticos que, en los comienzos de la reflexión filosófica, consideren que el ser humano está incapacitado para conocer la realidad de las cosas. Esa imposibilidad del conocimiento objetivo está ratificada por hechos como estos, que el periodista conoce, o porque ha sido actor en ellos, o porque ha sido su testigo”.
La labor periodística es, básicamente, conocer. Jorge Lanata, en su artículo “No creo en los géneros” publicado en la Revista Chasqui, explicaba esto con dos preguntas un poco irónicas, pero básicas: “¿Objeto, estás ahí? ¿Cómo sos en verdad? Este juego cíclico y eterno de preguntas y respuestas hace del periodismo una de las profesiones más hermosas. Sobre todo para quienes la han escogido.
Cuando se informa, la única pretensión del informante debe ser contar lo que se vio con el mayor rigor y detalle posibles. Hacerlo desde los más diversos puntos de vista para dejar que el lector saque sus conclusiones y construya sentidos, formando un caudal incontrolable de opinión ciudadana que retroalimenta el ejercicio del periodista. Y todo empieza otra vez.
De ahí que, no es muy correcto decir que se debe: “informar con objetividad”; más bien se lo debería hacer con “la menor carga subjetiva”. Esta proposición se invierte cuando se trata de géneros interpretativos como la crónica o el reportaje. La objetividad solamente es una apariencia alimentada con datos, cifras, versiones, edades, horas en las que suceden los hechos que, como decía Van Dijk, se convierten en "dispositivos estratégicos que relacionan la verdad y la credibilidad”.
Cuando el periodista opina, entran en juego todos sus conocimientos, creencias, principios, experiencias, ideas y pensamientos. Es un ejercicio de total subjetividad. Fruto de aquello, el lector identifica los textos escritos por los columnistas, demuestra afinidad o rechazo a su estilo, a su ideología política o a su capacidad de análisis. Los géneros de opinión permiten la mayor libertad; pero también son los que exigen mayor respeto y responsabilidad, aunque no está por demás decir que no todas las opiniones tienen el mismo “peso”, pero responden al mismo derecho.
En todos los casos, la objetividad no existe. Es una utopía. Es realmente imposible.
No hay que dejarse llevar por las apariencias ni caer en debates estériles sobre la objetividad. Quienes buscan un periodismo objetivo pueden caer en enormes frustraciones o verse desenmascarados cuando en el ejercicio de la profesión, descubran que han sido sometidos por un tirano, incluso sin darse cuenta. Javier Darío Restrepo recuerda que la democracia se construye a partir del conocimiento y no de la adhesión. El objeto no conoce, más bien, es conocido por el sujeto.
De ahí que, si algo se le debe exigir al periodismo es subjetividad, humanidad y sensibilidad. Se logra con el entrenamiento constante de los sentidos. Cuando se ejerce este oficio, lo primero que se debe tener es destreza para descubrir grandes problemas en cosas sencillas. Es lo que muchos han llamado olfato periodístico. Olfato que se logra saliendo a la calle y empolvándose los zapatos.
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