Escribo esto casi al finalizar, como docente, dos ciclos de estudios relacionados a la redacción y géneros periodísticos con mis estudiantes de pre grado de la Universidad Técnica de Cotopaxi. A más de que este texto se convierta en un desahogo o una suerte de rendición de cuentas, hay algunas ideas que no quería que se esfumen y convertirlas en reflexiones:
En primer lugar reconozco que esta cátedra es una de las más difíciles, tanto por el conocimiento que debes tener y generar en clase, como por el manejo del lenguaje que debes enriquecer a diario; además de los libros, los periódicos y las revistas que debes tener a mano. Pero, lo que más trabajo cuesta es formar en la parte actitudinal.
Cuando enseñas géneros periodísticos, estás enseñando periodismo. Parece obvio, pero en la práctica muchos docentes establecen una brecha entre ambos. Mis estudiantes tenían ya algún conocimiento sobre géneros, pero muchos no sabían por donde empezar a escribir. El concepto estaba claro en su memoria para ser volcado en una "prueba", pero no se convertía en pasión.
Por esto "cometí" un acierto: empezar por ahí. Por lo duro y hermoso de este oficio. Empecé hablándoles de libertad. Que la intención de esto no es esclavizarnos a los esquemas para escribir un lead, o en el límite de palabras de un titular. Empecé analizando un hermoso artículo de Jorge Lanata titulado: "No creo en los géneros", para decirles que antes de las normas está el contenido, las fuentes; el conseguir una historia cotidiana para "convertirla en metáfora". Que debemos ser extremadamente humanos, sensibles, observadores y curiosos. Ningún género se podrá escribir con solvencia si no se le mete pasión.
Y seguía en clase. Confieso que yo también he descubierto en esta materia una verdadera pasión, pues tuve muy malas clases de géneros periodísticos cuando estudiaba y eso me hizo seguir investigando. Me encontré luego con este video que me dio muchas luces sobre este tema:
"No escriban para salvar mi materia, escriban para salvar su alma", les repetía constantemente en clase, mientras avanzábamos: la noticia, la entrevista, la crónica, el reportaje, etc. Este material y muchos más me dieron muchas alegrías con los resultados, pero también un gran reto para quienes aún no encontraban este "deseo de salvación".
Otro acontecimiento muy grato, que me hace confirmar que en la vida, nada es coincidencia: Cayó a mis manos una crónica hermosa de Esteban Michelena: "El Gran Panchote" publicada en Diners. Luego de algún tiempo de esto, me entero que Esteban sería mi profesor de maestría. Una de las cosas buenas que me ha dado la vida...
En fin, es mucho lo que podría decir en relación a esta hermosa cátedra. Pero lo más chévere fue que en cada redacción pude conocer un poco más a quien estaba detrás. Conozco sus letras, sus estilos, sus pasiones, sus aciertos. Siento que hay un vínculo de respeto y humanidad con algunos de ellos (tal vez exagero), pues muchos escribieron historias sobre sus familias que permanecieron anónimas hasta hoy. Muchos salieron a la calle, vieron la ciudad con otros ojos y se dieron cuenta que si algo le hace falta a esta ciudad son verdaderos contadores de historias; tal vez estaríamos un poco mejor. Además, pude revivir mis tiempos de reportero y ha vuelto a mi la pasión por escribir, que andaba perdida entre tanto libro de lenguaje audiovisual.
Ahora estoy seguro que los principales problemas de redacción están en la estructura, en la cobertura, en la sensibilidad, en los principios y sobre todo en la pasión. Yo también enseñé para salvar mi alma...
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